Columna: Las muertes de Tommy Lasorda y Tom LaBonge dejan un hueco en el corazón de la ciudad

- Share via
En el lapso de varias horas, Los Ángeles perdió a dos de sus personalidades más importantes, y la ciudad no será la misma sin ellos.
El ex concejal del condado y servidor público de cuatro décadas, Tom LaBonge, murió inesperadamente el jueves por la noche en su casa de Silver Lake, a los 67 años. Y luego todos nos despertamos el viernes por la mañana con la noticia de que el gerente del Salón de la Fama de los Dodgers, Tommy Lasorda, campeón de la Serie Mundial, había muerto a los 93 años.
Conocía a LaBonge bastante bien, a Lasorda no tanto. Pero para mí, ambos eran realmente únicos, y en una metrópolis en expansión que puede hacernos sentir como extraños entre nosotros, fueron vínculos que lograron que nos sintiéramos conectados con el lugar y entre nosotros.
“Tom LaBonge era el corazón de Los Ángeles y Tommy Lasorda el alma”, comentó el alcalde Eric Garcetti, describiendo al primero como “alguien que simplemente amaba a todos”, y al segundo como un luchador cuyo espíritu competitivo estaba hecho de “firmeza y determinación”.

Cuando Lasorda salía del banquillo en el fragor de un gran juego, para enfrentar a un árbitro o patear tierra, estaba peleando nuestra lucha. Solo tuve un encuentro personal con él, cuando escribí sobre el veterano chef del palco de prensa de los Dodgers, Dave Pearson, pero fue memorable.
En el transcurso de unas horas, vi a Lasorda —que vendía Slim Fast en la televisión nacional— comer un plato de lasaña, un burrito, un casco de los Dodgers de recuerdo lleno de helado y un sándwich que describí como del tamaño de un guante de receptor, lo cual fue apenas una ligera exageración.
La lasaña de Pearson era casi tan buena como la de su propia madre, me dijo en su oficina del estadio, que estaba repleta de recuerdos e imágenes de la Madre Teresa, Frank Sinatra, y el Papa Juan Pablo II. Lasorda, quien estaba más interesado en terminar su helado que en hablar conmigo, o con mi colega camarógrafo, de repente nos miró y preguntó: “¿Quiénes diablos son ustedes?”.
La leyenda de los Dodgers me preguntó qué me gustaba más, el vino tinto o el blanco. Dudé y me gritó como si les ladrara a los árbitros, insistiendo en una respuesta. Cuando respondí tinto, metió la mano en el cajón de su escritorio y me entregó una botella autografiada de Lasorda Montepulciano d’Abruzzo, que decía en la etiqueta: “Un sorbo y estoy seguro de que estará de acuerdo. ¡Es un jonrón!”.
Tenías que estar preparado para que él frenara sin previo aviso en caso de ver a un residente anciano batallando con un bote de basura. Salía para ayudar y luego preguntaba a qué preparatoria había ido. Una vez me llevó por todas las escuelas a las que había asistido cuando era niño, luego a la casa donde el grupo de Manson asesinó a la familia LaBianca, y luego al Monasterio de los Ángeles para comprar un pan de calabaza horneado por monjas
“Fue como el paseo salvaje del Sr. Toad”, dijo Garcetti, quien me comentó que LaBonge fue reprendido una vez por un asistente al levantar un inodoro desechado de una acera y cargarlo en su automóvil camino al ayuntamiento, en lugar de dejar que el departamento de limpieza vial hiciera el trabajo.
Casi todas las mañanas, cuando la ciudad dormía, LaBonge subía al Observatorio Griffith y caminaba por las colinas con las que estaba familiarizado centímetro a centímetro. Insistió en que experimentara la gloria del parque al amanecer, así que un día fui allí con él y rápidamente me encontré luchando por mantener el ritmo. Subía y bajaba por los barrancos como una cabra, hablando todo el tiempo sobre el follaje, la vida silvestre o los incendios de parques históricos, o me colmaba con preguntas sorpresa sobre la historia local.
En la cima del monte Hollywood, tras nuestra larga caminata, conmigo resoplando, me tiró el balón, levantó las manos y gritó: “¡Touchdown!”.
LaBonge, como cualquier funcionario electo, no era amado por todos: hacer enemigos además de amigos forma parte del trabajo de un concejal. Los residentes de Hollywood lo atacaban, molestos por las calles atestadas por los visitantes del letrero, por ejemplo, y un discurso recurrente de que no era precisamente un visionario legislativo.
Él argumentaba que sí tenía una visión y una misión, una pasada de moda, donde iba de casa en casa en los vecindarios a los que servía, desde Koreatown hasta Los Feliz, Hollywood y Valley, para conocer a la gente y tratar de responder a sus necesidades, incluso si a veces no podía complacer a todos.

Hice enojar a LaBonge una vez cuando escribí sobre cosas que se estancaban en la burocracia de la ciudad. Sugirió que cambiásemos de lugar, yo sería el concejal por un día y él se haría cargo de mi columna.
Pasé un día con él para tener un mejor conocimiento sobre su trabajo e incluso hice un par de discursos en diferentes eventos, pero sabía que no tenía las habilidades, la paciencia o la energía para un empleo mucho más difícil que el mío. LaBonge nunca se hizo cargo de mi computadora portátil, pero me dijo que, si fuera columnista, se especializaría en todo lo bueno de Los Ángeles y su gente.
Aunque dejó el Ayuntamiento hace cuatro años, comentó Garcetti, nunca se retiró realmente.
“El día que murió estaba llevando agua a los trabajadores de al lado, moviendo autos para ayudar a los camiones de construcción a ponerse en su lugar, y era su día favorito de la semana. Día de la basura. Así que estaba metiendo y sacando los contenedores de sus vecinos”, relató Garcetti, quien fue a la casa de LaBonge el jueves por la noche cuando escuchó la noticia de su muerte, y pasó varias horas allí con la viuda, Brigid, su hija, Mary-Cate LaBonge y su hijo, Charles.
En la mente de Tom LaBonge, la ciudad era el centro del universo, con más cosas positivas que negativas, un lugar lleno de esperanza.
En la cabeza de Tommy Lasorda, los Dodgers siempre estaban en el juego, luchando por ganar un banderín para Los Ángeles.
Tom y Tommy cumplieron, y se les extrañará.
Para leer esta nota en inglés haga clic aquí
Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Ocasionalmente, puede recibir contenido promocional del Los Angeles Times en Español.