Dark Harbor: cuando el miedo se apodera de Long Beach
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Los Ángeles — Ante los ojos de la multitud, las Halloween Horror Nights de los Estudios Universal en Hollywood siguen siendo la atracción de temporada favorita de todas las que se desarrollan al interior de un parque temático en el Sur de California; pero es también la más cara y la que genera filas más intolerables, por lo que no viene mal probar de vez en cuando otras opciones.
Fue así que llegamos al día de prensa del Dark Harbor en el Queen Mary de la ciudad de Long Beach, un evento protagonizado también por laberintos que podrá no tener el ‘caché’ de Universal en términos de referencias cinematográficas directas e icónicas, pero que es mucho más económico (la entrada general vale $24) y, además de tener un sabor mucho más independiente, cuenta con los valiosos aportes naturales de la embarcación Queen Mary, la misma que se encuentra anclada al borde del mar y posee la suficiente cantidad de leyendas sobrenaturales propias como para darle al asunto entero un aire adicional de autenticidad.
Lullaby
Este es realmente el único laberinto completamente nuevo de esta edición, y vale la pena recorrerlo, ya que si bien su oferta de sustos no resulta demasiado elevada, es sumamente entretenido, gracias a la constante intervención de actrices que interpretan a Scary Mary, una niña que se ahogó supuestamente en este mismo barco y cuyo espíritu trata de capturar a un humano para que le haga eterna compañía. De ese modo, se nos llega a recorrer diferentes ambientes de la nave, incluyendo la siniestra zona de la antigua piscina y el poco acogedor cuarto de Mary, completo con una cuna en ruinas y una serie de ositos de peluche que van apareciendo por todo el camino. Como para apapacharla.
Soulmate
Aunque esta es una recreación del laberinto del mismo nombre que estuvo ya aquí el año pasado, no ha perdido su interés, porque es probablemente el más aterrador de todos, desde el momento mismo en que un angustiado botones trata de impedir que se abra una puerta duramente aporreada mientras se transmite un video en el que se cuenta la historia de Graceful Gale, una novia despechada que busca todavía al marido perfecto (suerte con eso, chica). La verdad es que habrá que esperar casi hasta la salida para encontrarse con la encantadora dama en un lúgubre salón de baile, pero antes de eso, sus sirvientes te perseguirán entre habitaciones horripilantes, decoradas a la antigua y con algunas escenas de crimen realmente impactantes.
B340!
Ubicado en las entrañas del barco como los dos anteriores, este laberinto, que se inspira en la supuesta historia de un pasajero enloquecido, ofrece también una alta cuota de espantos, sobre todo en el momento en que se nos obliga a atravesar un alto puente desde el que se puede ver en toda su siniestra majestuosidad un enorme hangar cuya simple apreciación corta el aliento. Además, fuera de Samuel the Savage, somos sorprendidos a cada instante por pasillos realmente espeluznantes debido a trucos de iluminación y condiciones probablemente naturales (el aspecto ruinoso de algunos de los rincones es quizás real), así como por una serie interminables de personajes con caras de pocos amigos y estantes repletos de partes humanas mutiladas.
Voodoo Village
Esta atracción es semejante a una que vimos anteriormente en el Queen Mary, pero tiene su propia gracia, sobre todo cuando nos introducimos en un bosque misterioso donde nos encontramos con un fauno luego de sortear a varios curanderos malévolos de serie B, enfrascados siempre en rituales non sanctos. A veces, lo más simple es lo más efectivo, como la bella muchacha que simula a la perfección ser una estatua exótica y se lanza de pronto de modo feroz sobre los visitantes. ¡Qué linda!
Deadrise
Otro laberinto que regresa y, curiosamente, esta vez nos gustó más, quizás porque entramos temprano, cuando la audiencia general no había llegado (en estos casos, no hay nada menos motivador para el miedo que estar detenido en medio de una multitud). Tal y como lo hicimos, los espíritus de marineros muertos en una batalla de la Segunda Guerra Mundial nos acosaron a sus anchas en medio de estrechos corredores con redes de pescar, barriles de agua, efectos de humo y trucos de sonido... y nos gustó.
Freaks and Oddities
Este es un laberinto para el que hay que pagar extra, y la primera impresión al entrar en él es que el asunto no vale la pena, porque el breve recorrido solo permite ver elementos de utilería y encontrarse con una calavera parlanchina que hace bromas personalizadas. Lo mejor llega al final, cuando se sale a un patio en el que el bar es privado pero los precios son los mismos; lo interesante ahí es que, aparte de dos sencillos pero efectivos laberintos adicionales sobre fantasmas, hay un escenario con ‘freaks’ reales que tienen no solo grandes personalidades, sino también talentos aparentemente extraordinarios y auténticos, como una guapa muchacha que es capaz de atravesar sus manos con largos clavos sin sentir dolor, un tipo que puede apretar su cintura con una cuerda hasta límites difíciles de creer y una mujer con una barba a todas luces cierta. Todo esto nos da la impresión de encontrarnos en una feria antigua de rarezas, y constituye de paso lo menos corporativo de todo el evento.
Circus
Este es otro laberinto que repite el plato, guiado por la efectividad habitual de los payasos y su entorno para causar terror cuando no provocan diversión. No sabemos si fue porque lo recorrimos al final, probablemente cansados, pero causó mucho menos impresión en nosotros que el año pasado, pese a la presencia de esa clase de espejos que producen confusión y de algunos trucos bastante logrados.
Anubis Paintball Adventure
Esta es la atracción que menos nos gustó de todo el evento, y hasta estamos tentados a calificarla como una verdadera decepción, porque fue la única en cuya entrada tuvimos que esperar mucho rato para acceder finalmente a una sala en la que un rifle empotrado nos permitía dispararle a unas momias ridículas que brotaban del suelo bajo forma de láminas, aunque de vez en cuando aparecía corriendo un actor al que todos ‘acribillaban’ a su gusto. No fue nada especial, y lo fue menos todavía cuando nos enteramos de que hay que pagar extra para entrar.
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