Anuncio

Durante años, familiares y amigos lloraron a cenizas de otros muertos

Durante años, el empresario Guillermo Estúa Zardáin tuvo un negocio muy próspero: prestaba el servicio de cremación a las funerarias de Acapulco y entregaba a los deudos cenizas de otras personas, que tenía almacenadas en tambos desde tiempo atrás.

El dueño del Crematorio del Pacífico, localizado en la Colonia Llano Largo, era muy solicitado por las funerarias del puerto porque cobraba 6 mil 500 pesos por la cremación y, puntualmente, entregaba las cenizas a los familiares en menos de cinco horas.

Detrás de su eficiencia y costo había un secreto.

Su negocio en realidad era la “venta” de ceniza y, curiosamente, había empezado por la falta de dinero.

Anuncio

Daniel Beristáin Romero, uno de sus empleados, dijo ante la Fiscalía estatal que en 2012 -cuando aparentemente no había incurrido en prácticas fraudulentas- Estúa tuvo problemas con los gastos y en una ocasión no pudo pagar el gas.

Con el horno apagado, se acumularon dos cadáveres, luego fueron cuatro, más tarde ocho. El gas volvió y algunos cadáveres fueron incinerados, pero para septiembre de 2013 el crematorio ya tenía un “stock” de 14 muertos.

“(Se empezaron) a acumular las cenizas de los huesos en unos tambos grandes de plástico y en un recipiente pequeño se hacían las cenizas ya seleccionadas, se acumularon 14 cuerpos, más aparte los que tenía en la oficina y en un cuarto frente a la oficina, ignorando cuántos cuerpos más tenía.

“Cuando llegaba una funeraria a pedir los servicios del crematorio. no se entregaban las cenizas del cuerpo que habían llegado sino que eran cenizas de otro y que todas las cenizas eran de los cuerpos que se recibían, para controlar el olor de la acumulación de los cuerpos compró cal, insecticidas y aromatizantes”, dijo Beristáin.

Desde que Acapulco se convirtió en una de las ciudades más violentas del país, los ingresos de Estúa mejoraron considerablemente y el gas lo pagó con puntualidad.

El crematorio dejó atrás sus problemas económicos, gracias a que las principales agencias funerarias del puerto subcontrataron sus servicios. Lo hicieron las funerarias del Sur, Acapulco, Ciprés, Siglo XXI, Manzanares, Salgado Ejido, Guerrero y Lezma.

“Guillermo Estúa... hace entrega de las cenizas en una bolsita de plástico, supuestamente del cuerpo cremado, las cenizas las entrega a ellos, es decir a los de la funeraria”, declaró Marco Antonio Méndez Huerta, el dueño de la agencia que lleva su apellido.

El año pasado un familiar de Beristáin Romero, de nombre Daniel Beristáin Guevara, estaba desempleado. El parentesco ayudó a que Guillermo Estúa lo contratara en el crematorio.

Desde el primer día, el nuevo empleado se percató que había varios cuerpos tendidos desordenadamente en el inmueble y, como era normal para el patrón, no le dio importancia.

“Guillermo Estúa Zardáin... decía que eso era un secreto y que los cuerpos que se entregaban no eran los mismos que se entregaban en cenizas a las funerarias, que de estos hechos también tenía conocimiento el señor Marco Antonio Méndez Huerta, quien es propietario de la funeraria Huerta”, declaró Beristáin Guevara.

Su rutina de trabajo consistía en sacar un cuerpo de su ataúd, colocarlo en una tabla y subirla con un gato hidráulico hasta llegar a la altura de la entrada del horno. Cuando el cadáver descansaba en el incinerador, su jefe Guillermo Estúa prendía el horno a una temperatura aproximada de 850 grados.

Las cenizas y huesos blandos que caían en un recipiente en forma de embudo, pegado al horno, enseguida eran vaciados en una criba de malla, puesta sobre una cacerola de aluminio. El siguiente paso era seleccionar las cenizas.

Beristáin Guevara recuerda que en el 2014 llenaba de cal varios cadáveres “para disfrazar el olor”.

Aunque la instrucción del dueño era quemar los cuerpos más antiguos y colocar las cenizas en recipientes de plástico, pronto la demanda los rebasó y cada rincón del crematorio fue un tiradero de cadáveres descarnados por roedores, momificados o en estado de putrefacción.

Entonces, no hubo ya aromatizante que disimulara el olor.

El pasado 5 de febrero, cuando se había intensificado la búsqueda de los 43 normalistas de Ayotzinapa, las autoridades entraron al crematorio de Guillermo Estúa.

Para entonces, se habían acumulado 60 cadáveres sin incinerar.

Después de ingresar al crematorio, el fiscal estatal que redactó el pliego de consignación contra los implicados, redactó:

“Por estar uno sobre otro y por las posturas, adquirieron los cuerpos aspectos grotescos, dignos de una película de horror, por el transcurso supuestamente de más de dos años”.

Anuncio