OPINIÓN: El Pandemonio
![Registered nurses April McFarland, left, and Tiffany Robbins place a body inside a white bag and zip it closed.](https://ca-times.brightspotcdn.com/dims4/default/9fe29af/2147483647/strip/true/crop/840x560+0+0/resize/1200x800!/quality/75/?url=https%3A%2F%2Fcalifornia-times-brightspot.s3.amazonaws.com%2F25%2F74%2F6a65171344a783f3af017c4a055e%2Fcovid-patient-hp.jpg)
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Se respiraba hedor a muerte. En Brooklyn y Hialeah, barriada obrera de Miami, decenas de cadáveres se acumulaban en camiones, por lo que las autoridades fueron alertadas. “Eso de ahí huele a muerto” declaró una vecina a Telemundo 51. “Las moscas se paran en la comida y los vasos con agua de los que bebo”. En Nueva York el Centro de Convenciones Javits se transformó de la noche a la mañana en un hospital para 2.000 pacientes. Las autoridades federales tomaron el Centro de Convenciones de Los Ángeles para igual propósito.
El relato: Fue una época oscura. Los moribundos y poseídos abarrotaban el paisaje. Se cuenta que en aquellos tiempos Merihim, demonio de las plagas, azotaba sin piedad a Estados Unidos. Miles de víctimas hicieron del país el mítico Abbadon, abismo insondable de los muertos. Belial, demonio de la mentira, contemplaba el infortunio desde la Casa Blanca. El maestro del engaño catalogó el COVID-19 como coartada política de la prensa y los Demócratas. Prometió tener todo bajo control el día de Pascua de Resurrección.
Con hechiceros, cantó las ventajas de un brebaje de brujas, la hidroxicloroquina. Ante las cámaras recomendó el súmmum en terapia: cloro y rayos ultravioleta. En sus aquelarres multitudinarios los acólitos jactanciosos no utilizaban máscaras, más aún, portaban armas de fuego ¿protección contra el virus? Algunos, muchos en su ancianidad, osaron exteriorizar su odio y vociferar: ¡“White Power!” Entiéndase, ya encarnaban el mal espíritu. Se vivía en un cuadro de El Bosco.
La otra epidemia
![En esos días el presidente Trump pregonaba no usar la mascarilla](https://ca-times.brightspotcdn.com/dims4/default/74ae866/2147483647/strip/true/crop/1920x1080+0+0/resize/1200x675!/quality/75/?url=https%3A%2F%2Fcalifornia-times-brightspot.s3.amazonaws.com%2Fcc%2Fe7%2Fb306e0a2453c93704517e6ef84c6%2F2.jpg)
Otra epidemia afecta a Estados Unidos. Para estudiar su etiología demos un vistazo atrás, al 2009, a la campaña que montara el Partido Republicano contra el plan “Obamacare”. La histeria colectiva y el odio manifestado en los “town halls” (reuniones comunitarias) se canalizaron en el movimiento “Tea Party”. Fue una ideología populista ultraconservadora subvencionada por el multimillonario grupo Koch. Este grupo dio la acogida a Ron Paul, Sarah Palin, Paul Ryan y creó la figura del agitador-comentarista Glenn Beck. Se puso en marcha otro engranaje de poder político más solapado. Con FreedomWorks surgieron Marco Rubio, Mike Lee, Rand Paul y Ted Cruz. Fue un esfuerzo por eliminar el plan de salud “Obamacare” y aniquilar toda propuesta de los Demócratas. El movimiento Alt-Right se perfiló nacionalmente con el sitio Breitbart News donde Steve Bannon y Milo Yiannopoulos, voceros de las tendencias “paleoconservadoras”, obtuvieron el sustento de los multimillonarios Mercer, copropietarios de la empresa Cambridge Analytica. Con sedes en Norteamérica y Reino Unido, la compañía se vio involucrada en un gran escándalo. Christopher Wylie y luego Brittany Kaiser ofrecieron detalles comprometedores en testimonios ante el Congreso y el Parlamento británico. Netflix recogió la investigación en el documental “The Great Hack”.
Las campañas de Ted Cruz, Donald Trump y Brexit contrataron los servicios de Cambridge Analytica. Entre sus delitos se descubrió el robo de información personal perteneciente a los usuarios de Facebook para beneficio de sus clientes, léase campañas políticas. Cerró operaciones y se declaró en bancarrota. Según el Irish Times, Rebekah y Jennifer Mercer, las hijas de Robert Mercer aparecen ahora en la junta directiva de una nueva empresa propietaria, Emerdata. Allí se encuentra también Jacquelyn James-Varga que muchos llaman “personaje pantalla”. Según el diario irlandés, Johnson Ko, socio de Erik Prince, integra también el consejo. La posible relación de los Mercer con Erik Prince se viene estudiando. Prince es personaje notorio por Blackwater, grupo de mercenarios acusados de homicidios durante la guerra de Iraq. Se vio investigado por Robert Mueller a raíz de una reunión secreta con Kirill Dmitriev, banquero ruso allegado a Vladimir Putin en las islas Seychelles. Se indaga la conexión con el entonces candidato Trump.
El vínculo de los Mercers con Cambridge Analytica, Wikileaks, Erik Prince y Brad Parscale, y a su vez con las campañas de Trump y Ted Cruz, quedan sin una minuciosa pesquisa. No hay sistema inmunológico para una infección a tan alto nivel. Ha sido Wendy Siegelman, periodista independiente, quien sigue los pasos de los Mercer y sus aliados tras el escándalo de Cambridge Analytica. Siegelman nos informa que después de un intento de suicidio, Brad Parscale, ex jefe de la campaña Trump, ha desarrollado la plataforma “Campaign Nucleus” que el exmandatario y otros republicanos utilizan.
Citizens United, una decisión del Tribunal Supremo abrió las puertas a los millonarios como los Mercers, los hermanos Koch, Sheldon Adelson, Michael Bloomberg y los dueños de Blackstone, para ejercer su influencia en las elecciones y política estadounidenses. La calle K en Washington es ahora el centro de poderosos grupos cabilderos financiados por comités de acción política (PAC’s por sus siglas en inglés). Los PACs son eufemismo y pantalla que permite al poderoso capital manipular el discurso político, influir en la redacción de muchas propuestas legislativas y apoyar o sugerir candidatos a las elecciones.
![Un miembro de los Proud Boys hace guardia en una reunión en memoria de Aaron "Jay" Danielson.](https://ca-times.brightspotcdn.com/dims4/default/4738aa9/2147483647/strip/true/crop/1400x989+0+0/resize/1200x848!/quality/75/?url=https%3A%2F%2Fcalifornia-times-brightspot.s3.amazonaws.com%2F48%2F84%2F3f8b82324bcaada3726a149a0782%2Fproud-boys.jpg)
Los “town halls” abrieron las puertas a un ambiente circense en el partido Republicano. Dieron paso también a grupos radicales marginales, muchos armados, grupos de milicias paramilitares amparados por la Segunda Enmienda (este fenómeno se viene monitoreando por el Southern Poverty Law Center y el Center for the Study of Hate & Extremism radicado en California State University, San Bernardino). En esta marginalidad se unen el jingoísmo, el racismo y la xenofobia. El terreno ya estaba preparado para Donald Trump.
El candidato Republicano venía del mundo del espectáculo. Ya había cultivado a las audiencias de lucha libre en el WWE en Atlantic City. Era amigo de Vince McMahon, dueño y promotor de la federación de lucha libre. La esposa Linda McMahon resalta entre las más importantes recaudadoras de fondos en el empeño político trumpista.
El neoyorquino sabía cómo manejar ese público. Su conocida frase “You are fired!” (“¡Estás despedido!”) en su programa “The Apprentice” era harto conocida. Fue suyo el certamen Miss USA. “You are fired!” se convirtió en “Make America Great Again”.
El 16 de junio de 2015 reunió a sus empleados y pagó $50 a múltiples actores para aplaudir su maniobra escénica: bajar desde las alturas -las escaleras eléctricas del Trump Tower- al atrio y allí anunciar su campaña electoral. Desde entonces la política Republicana ha sido puro teatro. Para ese público Trump ofrece pasión “no importa si la pasión es genuina o no. Lo que quiere el público es la imagen de la pasión, no la pasión en sí misma” nos dice Roland Barthes en su libro Mitologías.
Trump surge, sobreactuado, en un intento por derrotar las fuerzas del “mal”: los mexicanos delincuentes, la prensa, los Demócratas socialistas, “Lying Ted”, “Little Marco”, “Pocahontas”, China y las cacerías de brujas. “La clave para generar pasión”, señala Barthes, “es posicionarse para hacer justicia contra las fuerzas del mal por cualquier medio necesario”. Al estilo Wrestlemania y sus estrellas ‘Stone Cold’ Steve Austin y Jesse Ventura, gobernador de Minnesota, Trump pisotea las reglas y ofrece un espectáculo con música, escenografía, groserías, insultos, burlas, o sea, lo inesperado. Su aspecto es parte del montaje: el peinado bouffant, puro artificio, su rostro obviamente maquillado casi color naranja, sus corbatas rojas mal colocadas. Judd Legum en Thinkprogress y Cédric Enjalbert en Lire analizaban ya al entonces candidato y los paralelos con la lucha libre usando el lente barthesiano.
El exmandatario fue una presencia constante en televisión y en los medios sociales a través de Twitter. Su público aguardaba sediento las crónicas de sus “rumbles” (el término que se utiliza en lucha libre para las aparatosas batallas). Entre sus alardes, ofensas y técnicas para desviar la atención, la agencia Politifact hizo el cálculo en 2020: un promedio de 24 mentiras al día. En su gestión de cuatro años, según el Washington Post en su cómputo diario, llegó a la cifra de 30.000 pronunciamientos falsos o engañosos. Aún durante su presidencia, las concentraciones en grandes estadios llegaron a setenta antes de comenzar su campaña de 2020. En esos escenarios apuntalaba su mensaje propagandístico. La infección de 30.000 mentiras fue propagándose entre miles y millones de norteamericanos que repetían ciegamente los eslogans en frenesí colectivo.
El Pandemonio, un carnaval
Es así como llegamos a la “Gran Mentira” que aún persiste, una pandemia que ha logrado polarizar más aún la cultura política estadounidense y que dio paso al Pandemonio. La muchedumbre trumpista y sus aliados legisladores, periodistas y activistas sostienen que al exmandatario se le robó la victoria electoral. En más de sesenta demandas en diversos tribunales no se hallaron pruebas de semejante fraude y se desecharon por no proceder. El Tribunal Supremo desestimó dos veces los recursos de aquellos que impugnaban los resultados de las elecciones. El propio republicano Bill Barr, Ministro de Justicia, no pudo hallar irregularidades en los comicios, verificados, certificados y auditados por las autoridades de cada estado. El mito infeccioso de la gran estafa tiene eco en los líderes republicanos, algunos comentaristas de Fox News, One America News y Newsmax. Las explicaciones son novelescas y van desde maquinarias de conteo hechas en Venezuela hasta boletas en papel bambú importadas de China.
El 6 de enero fue el día del Pandemonio, carnaval macabro, apoteosis de Balbán, demonio del engaño. Belial Trump enardeció a legiones de ángeles caídos, súcubos, íncubos, Proud Boys, OathKeepers y QAnon. La sinrazón penetró a la Ilustración hecha mármol y concreto.
Pongamos atención a Mijaíl Bakhtin: “El carnaval es un espectáculo que no separa entre actores y espectadores… No se doblega ante la ley. La vida se sitúa aparte de los carriles acostumbrados, es en cierto modo una ‘vida al revés’, ‘un mundo al revés’. Las leyes, las prohibiciones, las restricciones que determinan la estructura… se suspenden durante el carnaval. Comenzamos por volcar el orden jerárquico y todas las formas de temor que arrastra”. En la invasión al Congreso vemos que “todo lo que la jerarquía de valores cierra, separa, dispersa, entra y forma alianzas carnavalescas”. (Bakhtin, Problemas de la poética de Dostoievski). Importante es resaltar que el carnaval y desenfreno lo organiza el partido Republicano, vocero y símbolo del respeto a los valores patrios y tradicionales.
Los Republicanos trumpistas portaban el estandarte del sur Confederado derrotado por esclavista y traidor a la unión norteamericana. Ostentosos paseaban su racismo frente a las estatuas conmemorativas a ilustres afroamericanas como Mary McLeod Bethune, Daisy Bates y Barbara Jones Rose Powell. Enarbolaban la bandera de la secesión. Rompieron ventanas, hurtaron pertenencias de los legisladores, pusieron sus pies en los muebles, manosearon documentos importantes y se hicieron “selfies” junto a las estatuas de los patriotas y presidentes. Irónico, quien recuerda las imágenes del 6 de enero está viendo una “singerie”, género pictórico que representa escenas humanas pero protagonizadas por monos. Durante el pandemonio, los humanos, con movimientos de simios, vestían disfraces de osos, búfalos, guerrilleros galácticos para crear su propia “singerie”. El barullo profanaba el templo de la democracia. Cinco personas perdieron sus vidas.
Los congresistas como el republicano Andrew Clyde declaran que el 6 de enero no fue más que otro día rutinario de visitas turísticas. Se oponen a la creación de una comisión bipartidista para investigar el asalto al Capitolio. Kevin McCarthy, líder de la minoría, olvidó las declaraciones hechas tras el tumulto y la conversación telefónica que sostuvo con el exmandatario cuando aguardaba el desenlace protegido en un búnker. En su prisa por salir, McCarthy olvidó a un colega escondido en el retrete.
Quejándose del mundo de la lucha libre, AEW, el comentarista Shawn Lealos observa “los combates por equipos a menudo muestran que los reglamentos se rompen continuamente, y nadie… sigue las reglas de la lucha”. En el trumpismo, los dictámenes del Tribunal Supremo, el Ministerio de Justicia y los certificados auditados no tienen importancia. Se vive un espectáculo de exceso y pasión desaforada. Nos hallamos en el Pandemonio del Paraíso Perdido de Milton.
Un gran vendedor
Recordemos que quien enardeció a miles hacia una estampida al Capitolio fue instalado en el Salón de la Fama de la World Wrestling Entertainment. El desenfreno final es parte de un espectáculo donde las leyes y la censura del árbitro se ven abolidas y el caos triunfa en consecuencia. Trump manipula a las multitudes con patriotismo beligerante. Supo transformar la crisis en trastorno y llegar a la anarquía liberadora.
Trump es en última instancia un vendedor, a pesar de sus múltiples bancarrotas, deudas millonarias a Deutsche Bank y Ladder Capital y los desatinos como la Trump University, Trump Airlines y los casinos de Atlantic City. Ha sabido promover su nombre como marca y es ahora emblema político que avala a la mayoría Republicana. Hábilmente captó el cambio demográfico y lo supo manipular. Se dirigió a una base de norteamericanos blancos, mayores de 45 años o de tercera edad, casados, trabajadores de bajos ingresos (por debajo de los USD $50.000), residentes en los estados del sur, medio oeste o zonas rurales, con un bajo nivel de educación (escuela superior “high school”), protestantes o evangélicos. ¿Su mercado? La teleaudiencia de la WWE, “The Apprentice” y los grupos marginales que serían votos seguros y leales. Esto explica la otra pandemia, “la Gran Mentira”. Explica también las peregrinaciones republicanas al templo Mar-a-Lago. La foto y bendición del Sumo Sacerdote garantizan permanencia en el poder.
Las vacunas contra la pandemia Covid-19 surtieron efecto. No así tendrán éxito los moderados Mitt Romney y Liz Cheney en sus esfuerzos por desinfectar y erradicar la epidemia trumpista. Los recursos por difamación, fraude de la herencia correspondiente a Mary Trump, fraude a un hotel de Panamá, querellas por fraude a clientes e inversionistas, recursos civiles a partir de los ataques al Congreso, las dos investigaciones (causas criminales) de la fiscalía de Nueva York y el estado de Nueva York así como los posibles cargos criminales en Georgia, darán al traste con el status y protagonismo. Sin acceso a los lentes televisivos y medios sociales, los fanáticos perderán interés. La miopía política Republicana en apostar por Belial, el bravucón maquillado, será costosa. Veremos a Lindsey Graham, Ted Cruz, Kevin McCarthy, Josh Hawley dar marcha atrás y, duchos en la táctica, rescribir la historia para reinventarse una vez más.
Justo J. Sánchez, analista cultural, ha sido periodista en Nueva York. Sánchez ha sido profesor en universidades estadounidenses y en Italia.
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