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Así canta la memoria

“¿Me cuentas otra vez la historia de antes? Antes de que llegáramos aquí, lo que éramos antes”, pregunta la niña. Su madre sonríe y responde: “Todavía somos lo que éramos antes”.

Antes de los libros, hubo voces. La memoria era un canto. Los aedos de la Antigua Grecia y más tarde los rapsodas, los bardos celtas, los juglares y trovadores de la Europa medieval, los griots de África occidental o los cuicamatinis aztecas eran las bibliotecas humanas, quienes “guardaban” la identidad cultural de un pueblo, el conjunto de creencias, historias, tradiciones, símbolos que los mantenían unidos, que les daban sentido y dirección.

No había libros, pero había voces. Y muy buena memoria.

LA Libros Festival 2019: ‘Read, celebra and dream en dos idiomas’

La rima en las epopeyas y más tarde en los cantares de gesta, por ejemplo, facilitaba la insólita memorización o improvisación de miles de versos con los que estos juglares, muchos de ellos acompañados de un instrumento musical o interpretando alguna danza, contaban las hazañas legendarias de personajes heroicos y así divertían, conmovían e inspiraban a sus audiencias.

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Escuchar esas historias, contadas o cantadas muchas veces por ancianos a generaciones más jóvenes, los hacían sentir que tenían una raíz, lo que les permitiría crecer e imaginar un futuro.

Hoy hay libros, pero también voces y memoria. Unos y otros, libros y voces, chicos y grandes, conversan para conseguir lo mismo que hace miles de años: contarse, afirmar “aquí estoy, esto soy… y en esta lengua”.

Este rescate de la identidad tiene raíces muy profundas, y es que en la tradición oral el conocimiento pasa de una generación a otra a través de la vía materna y con una generación de por medio.

Para la antropóloga Michèle Petit, una historia leída o contada proporciona un poco de orden en medio del caos. Se trata de “una oportunidad para construir casas de lenguaje, para interponer entre lo real y el ser toda una red de palabras, conocimientos, historias, imágenes, fantasías, sin las cuales el mundo sería hostil, inhabitable”.

Leer, continúa Petit, pero también escribir, ver ilustraciones, pinturas o películas, cantar, dibujar “sirve para dar una profundidad simbólica, imaginaria y legendaria a lo que nos rodea, una profundidad desde la cual soñar (…), proyectar en lo cotidiano un poco de belleza”.

Al lado de los aedos, juglares, trovadores, decimeros, de todos estos narradores orales o cantores profesionales, hubo siempre otros, menos saltimbanquis, más discretos y silenciosos, los cuenteros o cuenteras a los que bastaba el fuego de una hoguera y la escucha para hacer flotar un relato. El hakawati o contador de historias árabe. El sabio o la sabia de la tribu que narraba la saga familiar. Cualquiera puede ocupar ese lugar, basta tirar del hilo de los recuerdos. La bisabuela, la abuela, la madre, el padre que hasta nuestros días ama recordar, contar y, decíamos, contarse.

“¡Falto yo!”, dice un niño a la hora del pastel en una fiesta. “¿A quién me falta dar mi bendición?”, pregunta la abuela cuando se despide. No quiere olvidarse de nadie. Narrar nuestros mitos, leyendas y fábulas, decir refranes o adivinanzas, cantar arrullos o juegos es contarnos, afirmar que somos y estamos.

Todo ello cobra mayor importancia precisamente cuando dejamos nuestro hogar.

“Perder el lugar de origen es quizá una de las experiencias más difíciles, junto con la ausencia de un ser querido y el abandono”, escribe Fanuel Hanán Díaz en el libro Palabras en mi maleta de Samuel Castaño (Ediciones Castillo, 2018). ¿Cómo sobrevivir emocional y físicamente al desarraigo? ¿Cómo nacer y crecer en un país distinto al de la herencia familiar? ¿Cómo construir identidades híbridas, mixtas, múltiples, en las que el “ahora” no se imponga sobre el antes, sino que se entrelacen?

Para otra especialista, Evelyn Arizpe, la literatura oral y la escrita pueden ser un camino en “la construcción de un sentido del ‘yo’ y de la pertenencia”, pues crean “conexiones con los ‘otros’ y con sus mundos”.

Si la memoria es un canto, se interpreta en coro. Se escucha al formar comunidades unidas por uno o varios idiomas y una serie de relatos que vienen contándose desde hace muchas generaciones entre abuelos y nietos, madres e hijas.

La madre le dice: “Sí, somos lo que éramos antes tejido con lo que somos ahora, basta que yo lo recuerde y te lo cuente y que luego tú lo sigas contando”.

Y empieza su historia.

*Adolfo Córdova es periodista, escritor e investigador independiente especializado en literatura infantil y juvenil y radicado en la Ciudad de México. Puedes encontrar más de su trabajo en linternasybosques.com

El dato

Qué: Los Angeles Libros Festival

Cuándo: Sábado, 28 de septiembre, de 11 a 4 de la tarde

Dónde: Central Library, 630 W. Fifth Street in Downtown LA

Más información: https://www.lapl.org/libros-fest

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